NUESTRA HISTORIA
NUESTROS FUNDADORES
MSc. Oswaldo López
MSc. Nancy Villarreal
Lic. Fabian Naranjo Mejia.
En el año de 1989 da su primer paso como una de las más prestigiosas instituciones educativas del sector de Calderón la “Unidad Educativa Nicolás Jiménez”.
Inicia con sus labores en beneficio de la juventud de la parroquia con el nombre de “Colegio Particular Gratuito Nicolás Jiménez”, con 3 docentes soñadores y 12 estudiantes.
En 1991 Los socios de la “Cooperativa Huertos Familiares” donan 8000m2 ubicados en el barrio Marianas de Jesus de Calderon, para que se construyan las instalaciones. A partir de este año ha operado de forma permanente en beneficio de la parroquia.
El 7 de mayo de 1991 las autoridades educativas de la provincia entregan el acuerdo 1491 con el cual la institución pasa a ser fiscal, haciendo realidad el sueño del grupo de docentes que a pesar de las adversidades lucharon por lograr este objetivo.
El 21 de abril de 1991 pasa a llamarse “Colegio Nacional Mixto Nicolás Jiménez”, a partir de esta fecha y considerando que ya venía operando dos (2) años en beneficio de la juventud de la parroquia de calderón, se establece que el 21 de abril de 1989 será considerada como la fecha oficial de su inauguración.
El 2 de marzo de 1999 con acuerdo ministerial número 77 se autoriza el funcionamiento del bachillerato técnico en “Comercio y Administración especialidad Contabilidad”
El 21 de noviembre del 2002 con resolución número 4526 por la alta demanda académica se amplía el bachillerato.
El año 2005 con el acuerdo número 1131 se amplía la oferta académica con el bachillerato técnico industrial especialidad “Mecánica Automotriz”.
El 08 de mayo del 2015 la institución consigue certificarse como un colegio del mundo obteniendo el Bachillerato Internacional.
El 5 de abril del 2019 con resolución número 0004-R se eleva a la categoría de Unidad Educativa Nicolás Jiménez.
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NUESTRA HISTORIA
En el año de 1989 da su primer paso como una de las más prestigiosas instituciones educativas del sector de Calderón la “Unidad Educativa Nicolás Jiménez”.
Inicia con sus labores en beneficio de la juventud de la parroquia con el nombre de “Colegio Particular Gratuito Nicolás Jiménez”, con 3 docentes soñadores y 12 estudiantes.
En 1991 Los socios de la “Cooperativa Huertos Familiares” donan 8000m2 ubicados en el barrio Marianas de Jesus de Calderón, para que se construyan las instalaciones. A partir de este año ha operado de forma permanente en beneficio de la parroquia.
El 7 de mayo de 1991 las autoridades educativas de la provincia entregan el acuerdo 1491 con el cual la institución pasa a ser fiscal, haciendo realidad el sueño del grupo de docentes que a pesar de las adversidades lucharon por lograr este objetivo.
El 21 de abril de 1991 pasa a llamarse “Colegio Nacional Mixto Nicolás Jiménez”, a partir de esta fecha y considerando que ya venía operando dos (2) años en beneficio de la juventud de la parroquia de Calderón, se establece que el 21 de abril de 1989 será considerada como la fecha oficial de su inauguración.
El 2 de marzo de 1999 con acuerdo ministerial número 77 se autoriza el funcionamiento del bachillerato técnico en “Comercio y Administración especialidad Contabilidad”
El 21 de noviembre del 2002 con resolución número 4526 por la alta demanda académica se amplía el bachillerato.
El año 2005 con el acuerdo número 1131 se amplía la oferta académica con el bachillerato técnico industrial especialidad “Mecánica Automotriz”.
El 08 de mayo del 2015 la institución consigue certificarse como un colegio del mundo obteniendo el Bachillerato Internacional.
El 5 de abril del 2019 con resolución número 0004-R se eleva a la categoría de Unidad Educativa Nicolás Jiménez.
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DR. NICOLÁS JIMÉNEZ MENA
1891-1940
ESCRITOR.- Nació en Quito el 8 de septiembre de 1881 y por influencia de sus padres entró al Seminario Mayor sin vocación alguna, lo cual no le impidió que estudiara seriamente porque era un espíritu dado a toda comprensión, con agudeza suficiente para penetrar en los problemas más abstrusos del intelecto y con una vitalidad desbordante y habría sido un absurdo que siguiera una carrera para la cual no sentía ningún ánimo pues no era un sujeto religioso. Por eso, por la fogosidad de su carácter y cierta novelería y curiosidad poco ortodoxas, colgó la sotana, aunque no por ello dejó de seguirse instruyendo por su cuenta y eso de estar al tanto en materias y libros fue para él puntillo de honor pues devoraba más que leía, los libros, las revistas y en general publicaciones de toda índole, especialmente las de su predilección que eran la Crítica y las biografías y por cuanto siempre tuvo su mente abierta a toda novedad, fue un constante renovador; que sin embargo y esto es lo penoso, no llegó jamás a rozar con lo heterodoxo.
Tenía la costumbre desde sus días de adolescencia, de llevar a sus cuadernos apuntes de lecturas que se relacionaban con meditaciones, digresiones, desahogos líricos, juicio literarios, descripciones de paisajes y de las horas, pero todo ello relacionado con ese afán de autoanálisis, porque el tema dominante de un diario es la introspección. Esos cuadernos le sirvieron para afirmar la disciplina de estudios y así formado llegó a la Sociedad Jurídico Literaria.
En 1900 ingresó a la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central de Quito y aunque llegó a concluir el sexto curso no se graduó. En 1905 publicó en la Revista de la Sociedad Jurídico Literaria su ensayo sobre Taine autor de los Orígenes de la Francia contemporánea, después aparecería el de Renan autor de la Vida de Jesús, el de Rousseau en sus Confesiones y el de Juan Ramón Jiménez poeta de interior tierno y disgustado a la vez y empezó a usar el pseudónimo de “Julio II.” El 6 figuró entre los redactores de “El Comercio” de Quito y allí siguió escribiendo por muchos años bajo el seudónimo de “Massena,” logrando las más gratas resonancias porque era de aquellos que tienen ese grave privilegio que es el dolor de pensar y a la muerte del gran Manuel J. Calle, tomó su puesto en la prensa del país, convirtiendose en la primera pluma de su tiempo.
Entre 1909 al 11 formó parte de la redacción del periódico de combate “La Prensa” de Quito que dirigía Luís Napoleón Dillon. A causa de la publicación de una denuncia contra el hijo del presidente Alfaro – que resultó falsa – la venta al gobierno de una finca en La Magdalena propiedad de Olmedo Alfaro Paredes, los talleres de “La Prensa” fueron asaltados en dos ocasiones y sus redactores perseguidos y presos. Jiménez debió permanecer varias semanas en la clandestinidad para evitar el Panóptico. Por esos años contrajo matrimonio con Luzmila Guerra Mena, tuvo dos hijos llamados Homero y Carlos Jiménez Guerra y varias hijas.
En 1910 dirigió por breve época la revista quincenal de ciencias, artes, letras y variedades “La Ilustración Ecuatoriana” hasta que dejó de aparecer el 19 de noviembre de ese año, por razones meramente comerciales.
Por entonces comenzó a colaborar en la revista de la Sociedad Jurídico Literaria con artículos que revelaron una tendencia moderna de la crítica porque incursionaba en la psicología del escritor y en el descubrimiento de su fisonomía verdadera. El Arzobispo González Suárez le favorecía con su amistad y al morir en 1917 Jiménez le pagó bien, publicando unos Apuntes biográficos que le sirvieron para completar en 1930 su biografía, bajo los auspicios de la Municipalidad de Quito que costeó la edición y el patrocinio de sus amigos del Grupo América y salió en 290 págs. Este trabajo le dio justa fama como biógrafo e historiador, se conocen dos ediciones más. La de 1936 y la del 47 de los Talleres Gráficos Nacionales.
En 1932 escribió un esbozo de la vida de Juan León Mera con motivo del centenario de su nacimiento. El 34 sacó un estudio sobre Pablo Herrera y otro sobre Guillermo de Torre y la nueva poesía, ambos aparecieron en la Revista del Grupo América. Sensitivo y sugestivo, nunca difuso, nunca fatigoso, pecaba de corto y reservado en sus juicios.
El 35 trató sobre las ideas de Eduardo Ontañón y la Sensibilidad en la Poesía Moderna, así también sobre la biografía en el Ecuador, que forma el núcleo de su libro Biografía y Crítica en 203 págs. que con la de González Suárez es lo mejor de todo lo suyo. De allí en adelante se dedicaría únicamente al comentario y a la crítica.
Siendo un polígrafo, “un periodista magistral que comentaba desde pequeñas cosas hasta las últimas concepciones artísticas, científicas y filosóficas,” vivía una vida muy dura y llena de sinsabores y pobrezas, desperdiciando su tiempo en empleillos sin importancia y todo porque no tenía “el maldito título de abogado, tan necesario para cualquier colocación de mediana importancia y hasta para ganar amores entre el bello sexo.”
Así por ejemplo, en 1924 había sido agraciado con el cargo de Inspector bodeguero de la policía de Quito y por eso sus émulos del “El Día” se burlaron diciendo que lo de bodeguero sonaba mal en un escritor. Entonces tuvo que renunciar y optó por palanquearse la secretaría de la Intendencia de Quito o Guayaquil o la Dirección de Estadísticas del Ministerio del Interior. En 1.926 quiso ser archivero de la Cancillería por su amistad con Homero Viten Lafronte, su compañero de labores en el diario “La Prensa” de la capital, pero se opuso Julio E. Moreno, resentido por ciertas críticas que le formulara Jiménez a la II Junta de Gobierno de ese año, de la que Moreno era vocal. Entonces enderezó sus palancas al Ministerio de Hacienda donde estaba otro de sus amigos, el bonísimo de Pedro Núñez y hasta estudió el Presupuesto de dicho portafolio, escogiendo la Dirección de Ingresos y de Egresos, que tampoco pudo lograr por no ser Contador ni Tenedor de Libro y es que solamente sabía escribir magistralmente, como muy pocos lo hacían en el país.
El 26 pasó tan mal con sus suelditos de periodista que se vio obligado a solicitar cien sucres prestados a un Banco para deudas apremiosas, hasta que por fin el Ministro Núñez lo benefició con un nombramiento en la Intervención de la Contraloría que recién se acababa de crear. El 27, Jiménez se mostraba preocupado porque dicha Intervención iba a ser reorganizada y le solicitó a su amigo el Subsecretario de Obras Públicas, Isaac J. Barrera, que lo sostenga.
Mientras tanto escribía por las noches para varios periódicos del país, artículos muy profundos y tantos, que maravilla cómo un hombre con sus problemas económicos pudiera abstraerse y producir. El 31 fue homenajeado con motivo de las bodas de plata de “El Comercio” por ser uno de los más antiguos miembros de la mesa de redacción de dicho diario. Un amigo le describió así: Modesto hasta la exageración, sincero, talentoso y bueno, generalmente vestido de negro con su sombrerito hongo de fieltro de no escaso valor, se le veía diariamente desfilar desde las oficinas ministeriales donde trabajaba hasta su hogar.
Tiempo después ascendió a Interventor General de la Contraloría y allí se mantuvo varios años hasta el 36, cuando le sobrevino un violentísimo infarto, del que sin embargo logró restablecerse, pero tuvo que bajar a la costa, instálandose con su hija Lucía en Guayaquil.
Fue un desplazamiento forzoso que le obligó a separarse de sus hijos Jorge y Octavio que estudiaban y trabajaban en Quito, así como de varias hijas ya grandes que dejó al cuidado de sus hermanas solteras. Demás está indicar que estaba viudo tras un matrimonio feliz.
A Guayaquil llegó con la esperanza de que la Caja de Pensiones tramitara rápidamente su pensión de jubilación para poder curarse y vivir mejor. Sin embargo, su situación no podía ser más angustiosa, apretada, espantosa y él lo sabía, porque de allí en adelante sólo podría contar con la mitad de su sueldo, disminuido aún más con los descuentos de dos préstamos por operaciones hipotecaria y quirografaria.
La enfermedad lo había vuelto muy sensible y se emocionaba fácilmente ante cualquier gesto de generosidad que recibía de sus amigos, pero no se engañaba: “Guayaquil es bueno para el joven, para el sano, para el hombre activo y de empresa. Un enfermo, un desilusionado, un viejo como yo, no se encuentra bien aquí. Guayaquil es un pensionado de hospital, al que he ido para recuperar mi salud, a precio sumamente excesivo. Porque éste es mi lado flaco que ha empezado a afligirme, a dejarse sentir, a molestarme”.
Su vida se tornó gris, leía revistas y libros en la Biblioteca Municipal y frecuentaba de tarde en tarde a ciertos intelectuales pero no podía trajinar más porque se cansaba y en enero de 1937, a los cinco meses de su llegada y preocupado por no saber qué hacer, dijo “Aún no oriento mi’ vida en este Guayaquil tremendo” y comenzó a escribir para varias publicaciones de dentro y fuera de la República, como solía hacerlo antes de su cruel dolencia, cuando era sano y activo y el mayor crítico de la prensa ecuatoriana.
Los tiempos eran por esos días pobres y estrechos, se vivía una larga crisis económica proveniente de la caída de la producción del cacao y del cierre del Banco Comercial y Agrícola, debacle de la que aún no se recuperaba la economía del puerto. Sin embargo, dos meses después, en marzo, su pluma le había abierto campo y su amigo el historiador quiteño José Roberto Páez, de paso por nuestro puerto, le ofreció un almuerzo y con tal motivo el Centro de Investigaciones Históricas agasajó a ambos en el “Gran Hotel.” Jiménez escribió “tuve que tomar la palabra.” Felizmente no me causaron daño alguno los almuerzos, si bien no tomé en ellos ni una gota de licor, ni comí aquellos platos que antes me gustaban tanto” y hasta llegó a sentirse mejorado, pero el calor del invierno le provocó una grave crisis, justo el día Jueves Santo, que casi acabó con él.
En abril estaba aliviado y leyendo sobre todo a la prensa capitalina. Los hermanos Castillo de “El Telégrafo” le pidieron que entrara al diario como editorialista pagado, escribiendo cada dos o tres días y con la condición de guardar la más absoluta reserva y José Antonio Campos, el famoso Jack the Ripper, lo llevó a formar parte del directorio del Círculo de Periodistas del Guayas.
En mayo de 1937 sufrió una fuerte recaída por bañarse las mañanas con agua de la ducha sin atemperar y “tuvieron que sacarme en brazos ajenos, con la sangre que parecía coagularse en las venas, amortiguado de brazos y manos y con un decaimiento terrible. Desde el día 16 estuve inútil, los más de los días en cama. Tuve que separarme de El Telégrafo, perdiendo una ayuda económica que me era preciosa”.
Para consolarlo en algo, su amigo y confidente Isaac Barrera le prestó desde Quito “Las Nouvelles Litteraires”, revista francesa de la que era muy aficionado Jiménez, que en junio se quejó de no tener donde escribir porque en “El Telégrafo” sólo querían artículos serios para los editoriales y no de crítica literaria o de otros temas culturales. “Me sostengo con la pequeña ayuda que me manda mi hijo Jorge de Quito” y luego agregaba “aquí, desde mañana, alterarán las tarifas de los periódicos, los que van a costar dos reales. Si a lo menos, mejoraran el material de lectura. No hay uno que satisfaga”.
En agosto le atacó una gripe que degeneró en congestión con fiebre, sudor y no pudo bañarse algunos días, pero se reanimó al conocer que le prestarían libros como el “Renán íntimo” escrito por la nieta y el “Bourguet” y comenzó a escribir para una revista de Lima. “Voy a soltar un poco la pluma, para ver si este esfuerzo intelectual contribuye a la reacción general de mi organismo o acaba por aniquilarme. En todo caso he de encontrar íntima e innegable satisfacción en volver a mis trabajos intelectuales y periodísticos por los que siento verdadera nostalgia. Ah! Si algún diario de Quito me abriera sus columnas. Pero qué! Me considero ya no sólo un extraño, sino antipático para El Día y El Comercio. Hay que buscar por afuera lo que se le niega a uno dentro de la Patria”.
En septiembre su amigo José Antonio Campos, deseando reanimarlo porque lo veía psicológicamente acabado, organizó un justísimo homenaje que Jiménez ni esperaba ni pensaba recibir jamás. “Los diarios se portaron muy bien, los centros literarios y artísticos lo mismo” y “El Universo” colocó su retrato en la sala de Redacción, donde aún permanece. Entonces el viejo y decaído periodista se agitó y se emocionó intensamente, como no lo había experimentado antes y casi se muere de gusto a fines de ese mes y estuvo muy mal hasta principios de octubre. Hubiera sido un fin glorioso, en pleno triunfo, pero mejoró y siguió su martirio, aunque disminuido, porque desde noviembre comenzó a trabajar como redactor de “El Universo” de temas preferentemente literarios y a razón de uno por semana, con veinticinco sucres de sueldo semanal, suma no despreciable para la época. Esto lo hizo exclamar “Francamente esta es la tierra del trabajo. Los de El Universo son buenos amigos y caballeros”.
En diciembre envió a una revista de Cuenca su trabajo histórico sobre la pugna surgida en 1894 entre el Obispo Schumacher y González Suárez pero se volvió a postrar. “He tenido días en que parecía que ya expiraba. Tuve que cambiar de médico viendo que iba de mal en peor. Ahora estoy en manos del Dr. (Pedro Pablo) Eguez Baquerizo. Sus remedios me han sentado bien desde el principio. Formuló otro diagnóstico.
Ofrece dejarme en estado de volver a Quito y de vivir algunos años más. Ojalá así sea. La esperanza es un remedio moral poderoso. Me siento otro.”
En marzo del 38 recibió la visita de su hijo Octavio, quien arribó a proseguir sus estudios de medicina en la Universidad de Guayaquil para poder vigilar y atender la salud de su ilustre padre.
En mayo se desesperó de su condición económica y exclamó “¿Cuándo saldré de este destierro?” Cuatro meses después, en septiembre, fue visitado en su domicilio por Gabriela Mistral que tuvo para con el viejo periodista ese gesto de delicadeza digno de su espíritu generoso y superior.
En diciembre confesó “En verdad que Pío Jaramillo Alvarado es mi buen amigo. Me visita con frecuencia y es un compañero excelente en este destierro. Antes de morir he querido reconciliarme con todos, háyales dado o no, motivo de enojo. Hay que procurar que consagren a nuestra memoria sentimientos de afecto y compañerismo”… Bien se ve que entre ambos debieron existir diferencias que las circunstancias habían limado. Su tiempo libre lo dedicaba a escribir notas bibliográficas para el Boletín de la Academia Nacional de Historia, de la que era miembro.
En enero de 1939 se desalentó y dijo “La lectura es mi único solaz en las horas de mi destierro que se prolonga ya por tres años y para el cual creo que no habrá jamás amnistía,” por entonces fue nombrado corresponsal literario de “Mundo Latino” en el Ecuador, particularmente en Guayaquil, debiendo enviar artículos originales y buscar colaboraciones entre los mejores escritores del país.
En marzo obtuvo dos pasajes gratis a sus hijos Jaime y Lucía, en el ferrocarril a Quito, para que escaparan del invierno que ese año fue excepcionalmente riguroso. En mayo seguía lloviendo fuerte y se encontraba prácticamente sitiado en su departamento y sin poder salir, pero en junio todo amainó. En julio se vio inmiscuido en un affaire ministerial que pudo comprometer su prestigio como redactor en jefe de la sala de “El Universo”, pero que felizmente no le acarreó consecuencias. En septiembre se intranquilizó por el inicio de la segunda Guerra Mundial.
1940 comenzó mal y se agitó mucho con el Invierno. “En este clima no se puede trabajar con facilidad; el calor es espantoso, agotador y enervante y me tiene enfermo y sin ánimo para una acción sostenida y diligente”. Entre marzo y abril estuvo tan mal que tres veces se pensó que moriría pero sanó aunque muy debilitado y a poco de esta aparente mejoría, sufrió un infarto masivo y falleció horas después, rodeado de sus hijos, familiares y numerosos amigos que habían concurrido a testimoniarle sus afectos en el lecho del dolor. Eran las tres de la tarde del día 3 de mayo, solo tenía cincuenta y ocho años de edad, en el departamento que alquilaba en la calle Luque entre las de Boyacá y Noguchi. Su cuerpo fue embalsamado y embarcado al día siguiente con destino a la estación del ferrocarril en Duran, desde donde fue trasladado a Quito.
En la iglesia de San Francisco se compuso una artística Capilla Ardiente y a las diez de la mañana del día cinco de Mayo recibió sepultura en el Cementerio de San Diego tomando la palabra José Roberto Páez en representación de la Academia Nacional de Historia y Pablo Hannibal Vela por el Círculo de la Prensa. El Gobierno Nacional costeó los funerales dada su fama y altísima valía.
La prensa del país se hizo eco de su deceso, numerosas instituciones publicaron Acuerdos Fúnebres y su hijo Julio escribió // El 3 de Mayo de 1940 día / en que el cielo parecía llorar / porque Nicolás Jiménez moría / aunque a la vida mucho le supo dar. // Nicolás Jiménez tu muerte / causó un dolor profundo / y aunque fuiste fuerte / dejaste este mundo. // Tu cuerpo ya en paz descansa / bajo la tierra húmeda y fría / y tu nombre cada vez alcanza / la fama que merecía. //
Hasta el último día de su vida lo dedicó a escribir ocupado en prólogos, coronas fúnebres y otros artículos que le pedían insistentemente de todo el país, tal su fama literaria y la bondad de su carácter, que siempre se daba a sus lectores. Su afable trato permitía que muchas personas se le acercaran a hacer consultas, que lejos de perturbarle y enfadarle, le dejaban contento, casi engreído.Fue crítico y biógrafo a través del periodismo y el libro, y han quedado varios tomos conteniendo artículos de prensa que seleccionó bajo los siguientes títulos: “Estudios de Crítica Literaria,” “Estudios.
Entre sus estudios históricos cabe mencionar: “La campaña en Tulcán en 1862,” “Estudio crítico del Tratado suscrito entre Julio Arboleda y García Moreno,” “El Progresismo” e “Historia de los Años 1883 a 1895.”
FUENTE: Copyright © 2023 Rodolfo Perez Pimentel
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MSc. Oswaldo López
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Lic. Fabian Naranjo Mejia.